
Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él
Jn 3, 16-18
Recojo el desafío de aquel comentario: «la realidad es el gesto visible de las manos invisibles de Dios»; y rezo la realidad como quien se detiene en descubrir una catedral.
La realidad incompleta, imperfecta, sola como un navegante solitario o como un astronauta que contempla la noche sideral a miles de kilómetros de su casa.
Pero también la realidad inquieta y soñadora como una muchacha, la realidad que amanece viva, que participa su vivir, enérgica, sanamente turbulenta, risueña, preparada para un paseo placido.
Rezo su rugosidad o su peso plomizo, sus acordes de piedra, los repliegues que producen dolor.
Y también la inaudita transparencia, la posibilidad de aventura, el regusto a rocío nuevo, el increíble rocío nuevo que tiene la realidad.
Lo que hoy te ruego, Señor, es la capacidad de reconocer en cada cosa el movimiento de tus manos.
José Tolentino Mendonça
Feliz domingo