
…tiendo mis manos a Dios y El me sostiene, como una pluma que carece de toda gravedad de fuerzas
y se deja llevar por el viento.
Tal día como hoy pasaba a la casa del Padre, Hildegarda de Bingen, 1098-1179:
Estamos en las manos de Dios. No es Dios quien está en nuestras manos. La fe brota del reconocimiento de quién es Dios y de la aceptación de quiénes somos nosotros (con nuestra grandeza y limitaciones). Hildegarda se reconoce como «una pluma» en las manos de Dios. Preguntémonos: ¿en qué radica la grandeza del ser humano y cual es su imitación? ¿Cuál es el lugar de Dios en nuestras vidas?
Trazos y rostros de la fe,
de Harold Segura
A uno le puede parece intachable su conducta, pero el Señor juzga las intenciones. Encomienda al Señor tus obras y se realizarán tus planes. El Señor hace todo con un fin: al malvado, para el día del castigo. El Señor aborrece toda arrogancia, seguro que no la dejará impune.
Prov 16, 2-5