
Lo de la tierra buena son los que guardan la palabra y dan fruto con perseverancia
Lc 8, 4-15
La oración nos hace pasar de hablantes a experimentadores, de geógrafos a viajantes, de sedentarios a peregrinos.
La oración tiene este criterio de verdad: no son las palabras que repetimos lo más importante.
Todo está destinado a ser superado y olvidado excepto tus pasos en nuestra dirección.
Lo que verdaderamente no olvidamos, Señor, es el toque de tu mirada misericordiosa, la delicadeza extraordinaria de tu clemencia que se derrama sobre nuestras heridas, traumas, desacuerdos, incertidumbres, magulladuras.
Lo que no olvidamos es la experiencia de gracia dibujada por tu presencia, aun silenciosa la mayor parte de las veces, pero que resplandece en nuestras noches con el brillo de la estrella que anuncia la mañana.